domingo, 14 de junio de 2009

Características psicológicas de los sujetos con déficit visual


Desde el comienzo existe en la conducta visual un componente motriz, lo que el niño ve depende de lo que hace. Las impresiones visuales facilitan focos y señales para fijar la atención, sin embargo el conocimiento infantil del mundo físico se construye sobre adaptaciones dinámicas del organismo, como sistema de reacción motriz.
Lo anterior nos informa del curso normal del desarrollo de la visión, sirve para mostrar lo profundo que deben ser las modificaciones psicopáticas producidas por defectos visuales, dado que toda la vida perceptual y emocional está involucrada (Marchesi, 2005).

Durante la primera infancia el desarrollo cognitivo y psicomotor de los niños ciegos queda bastante afectado, en el período sensoriomotor el déficit visual plantea carencias importantes (Ochaita, 1983). El desarrollo de esta etapa está basado en la inteligencia práctica, en la percepción de de sensaciones del entorno y su interrelación con él a través de los primeros movimientos. Hasta los cuatro meses, la falta de visión no es aún un factor determinante. El bebé sigue un ritmo de desarrollo normal, ejercitando los reflejos propios e innatos, con excepción de la respuesta refleja a estímulos luminosos. Adquiere las primeras habilidades, centradas en el dominio de su propio cuerpo, como pueden ser la succión y la presión de los objetos que están en contacto con su cuerpo. Todavía no establece relaciones totales con el exterior (Pérez Pereira, 1991).

Además, en los bebés ciegos ocurre un considerable retraso, debido a que la coordinación audio manual es más dificultosa y por lo tanto más lenta en su adquisición. Por ello, le resultará más difícil adquirir la noción de permanencia de objetos. Para él, un objeto deja de existir en el momento en que pierde su contacto o deja de percibir su sonido (Leonhardt, 1992). En la etapa preoperatoria, a partir de los dos años, el niño ciego si ha adquirido la noción de permanencia de los objetos, empieza a ser capaz de efectuar representaciones de cosas, aunque lejos del total desarrollo del pensamiento representativo que llegará con la adolescencia. Este importante logro viene muy determinado, en el caso de los niños ciegos, por el adecuado desarrollo del lenguaje, como mediador entre el objeto y su representación (Ochaita, 1983).
En cuanto a la adquisición de las operaciones concretas (6 a 11 años), los niños ciegos sufren un retraso con respecto a los niños videntes. Esto quiere decir, que presentan un mayor desfase en tareas de tipo figurativo-perceptivo, que en aquellas de carácter lingüístico. La causa del mayor retraso en las tareas mencionadas se debe a la modalidad sensorial utilizada por el niño ciego para recoger información: la percepción táctil y háptica. Esta modalidad perceptiva no le permite alcanzar una igualdad con los videntes hasta los once o catorce años en cuanto a tareas relacionadas con operaciones concretas (Marchesi, 2005).

Cabe destacar que una alteración en la visión puede obstruir u obstaculizar también el contacto social con el mundo que lo rodea, dado que ésta es un sentido social como intelectual. El niño vive en un mundo de vacío visual que constantemente lo introvierte, característica que aumenta a medida que madura. El desarrollo de su personalidad peligra mucho más que su intelectualidad. El niño nace con hambre visual (Deutsch, 2003).

“En los primeros meses mirar constituye la mitad de la vida. Antes de la cuarta semana, el niño con la vista sigue un objeto en movimiento a lo largo de un arco de 90 grados. A las 12 semanas lo sigue con cierta habilidad hasta los 180 grados. A las 16 semanas tiene un excelente dominio sobre su aparato visual y puede girar la cabeza libremente de derecha a izquierda hasta descubrir la bolita sobre la mesa”
(Gesell, 1946).

Retomando las características que afectan a las habilidades sociales, la información visual juega un papel importante para interactuar adecuadamente con los iguales. El aprendizaje de este tipo de habilidades comienza en la primera infancia y se desarrolla mayoritariamente a lo largo de la etapa preescolar y escolar (Bairt et al., 1997.en Deutsch, 2003).
En concordancia con lo anterior, los niños aprenden a mantener el contacto ocular y a sonreír. Además aprenden a jugar en grupo, a resolver conflictos, a llamar la atención de sus pares y a establecer vínculos y relaciones con otras personas. Mientras que los videntes no necesitan entrenamiento para desarrollar estas capacidades, los niños ciegos o con problemas visuales tienen que recibir una instrucción muy precisa y sistemática (Heller et al., 1996 en Deutsch, 2003).
También, muchos niños ciegos y con baja visión no comprenden las interacciones sociales, ya que no pueden verlas y observarlas. Por lo mismo son menos asertivos que el resto de sus pares videntes, lo cual perjudica en cierta medida el desarrollo de determinados intercambios sociales (buhrow et al., 1998 en Deutsch). Por lo tanto, estos sujetos no logran establecer relaciones sociales de manera espontánea debido a las carencias de éstas habilidades.

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